sábado, abril 28, 2007

Lindo y Querido

Han sido unas semanas difíciles. Después de seis meses, mi compañero de Alpha Psi sigue intentando recuperar su vida. La pregunta sobre la fraternidad sigue en pie. ¿Vale la pena? Para mí y para él, sigue siendo una de esas preguntas escurridizas que simplemente ni se terminan de formar ni nos dejan ser. Tener que defender lo más básico es una horrorosa situación. Recibir emails de quienes no saben nada, ser despreciado por extraños con culpas más grandes sobre las espaldas… saber que la persona que comenzó el problema es presidenta del capítulo en SMU. Es un golpe tras otro… ¿de verdad será mejor correr? ¿recibir un diploma y dejarlo todo y volver a comenzar, solo? Al diablo con la individualidad.

Hace casi un año que la marcha sobre el problema de inmigración tomó lugar… y el tema regresa a las noticias… y la reflexión, que pensé haber dejado atrás, regresó con un trabajo de consejería. Escribir ésta presentación sobre el inmigrante me ha recordado lo difícil que es estar aquí. Y lo poco que nos quieren. El americano común tiene miedo. El mexicano común también. La diferencia es que Aztlán ha dejado de existir desde hace mucho tiempo, y el pueblo que mató, colonizó y reconstruyó no nos quiere de vuelta. Trabajaron muy duro para echarnos, ¿cómo nos van a recibir? El americano no sólo tiene miedo, tiene poder y privilegio. Tiene la ventaja del sistema y la *moralidad* que viene con éste. Tiene el sentido de propiedad, la mentalidad del educado, el privilegio de la riqueza. ¿Y qué estamos haciendo aquí, si ya no es nuestro hogar? La pregunta que le hacen a Fer sobre SMU es la misma que me hago sobre el país entero. ¿Será mejor correr? No podemos. La familia del indocumentado tiene que comer. No puede regresar a casa y cambiar su propio país. Y yo… En fin. Aunque no nos reciban, aquí estamos. Y aquí nos vamos a quedar. Que el Señor se haga cargo de las culpas nacidas del miedo y el odio y la falta de identidad.

¿Y yo qué voy a hacer con la mía? Ni si quiera me puedo pelear en español. El miedo a perder mi identidad lo disminuye el amor y la confianza que nos tenemos, pero el saber que no regreso a casa me sigue llenando de tristeza de vez en cuando –cuando mi familia disfruta o sobrelleva ocurrencias en mi ausencia, cuando recuerdo Anapra, cuando escucho las noticias y me doy cuenta de la situación del hispano en éste país. Si me quedo aquí, ¿en dónde van a caber mis hijos? ¿en dónde quepo yo? ¿voy a ser Fernando, por siempre defendiendo lo más básico, mientras que el resto quiere pensar que soy igual a ellos, sabiendo que no lo soy? ¿qué hago con esto? ¿qué se le dice al impostor restrictivista, o al falto de corazón, al que no entiende el concepto de núcleo familiar, o al inocente aferrado que quiere seguir juzgando toda disrupción con la misma vara? Y yo, ¿qué demonios hago aquí?

Cuando esa última pregunta me llega a la garganta, siempre me ayuda recordar a mis amigos, mi educación, el chico… Pero el trago amargo igual lo tuve que pasar. La vida no es perfecta en México. Pero aquí en Boston a veces es demasiada diferencia e insuficiente familiaridad. No soporto un suéter más, una nevada más, una discusión en inglés más, un americano con comentarios estúpidos más, una tortilla desabrida más, un desaire político más, una llamada de larga distancia más, un problema que llorar a solas más, un familiar enfermo que no puedo visitar más, una decisión de ser responsable cuando debería preocuparme por los míos mas. Estoy sola, y a mí no me crearon para ser sólo yo. Yo soy parte de una familia, de una iglesia, de un romance, de un círculo de amigos, de una nación. Estoy harta de ser yo, de ser yo aquí. De ser solo yo.

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